En
mis innumerables periplos sin salir de casa desperté
y
un golpe de realidad asesinó mis quimeras.
Le
prometí que jamás cumplo mis promesas.
Nos
pusimos en fila india hacia la muerte
y
como buen caballero
la
dejé pasar a ella primero.
Llena
de hipocresía la vida fuimos honestos y nos mentimos.
Quedamos
horas mas tarde y ninguno llegó a tiempo
pero
más vale tarde que nunca como dicen los impuntuales.
Comenzamos
una guerra a muerte y a suerte.
Media
hora mas tarde ambos pedimos tregua y ninguno la concedió.
Me
convertí en asesino en serie de sus mentiras y con ellas la verdad
murió.
A
la luz de la Luna, que había perdido todo su elegancia desde que se
prostitulle a los poetas,
mi
corazón sintió la tentación de las amantes indiscretas
y
esbozó una palabra que sonaba a te quiero sin quererlo.
Dio
media vuelta y se fue.
Gané
la batalla y perdí la guerra.